Una lección de elemental supervivencia
Institucionalizar el proceso adaptativo de un ave, abriendo un llamado a inscripción, disponiendo de un escenario aular y confeccionando contenidos que describan y moderen los modelos de conducta que deba aprender a imitar un buen polluelo; sería una tarea irrisoria, porque todo el mundo sabe que este tipo de animales aprende naturalmente de una forma espontánea la que habrá de ser su conducta.
El hombre moderno, sumergido en su contexto cultural y suscripto a un programa civilizatorio en supuesto buen curso de desarrollo, no debería funcionar de una manera muy diferente, por el contrario debería resultarle más sencillo que al ave reproducir una conducta evolutiva mejor adaptada al medio natural que habite.
Sin embargo, la vía de conocimiento gregario de este buen animal que somos se encuentra intervenida por un sistema de creencias que dice ser el exclusivo portador de los modos de conducta a consagrar como dignos de ser imitados. Así, numerosas formas de interacción adaptadas y sinérgicas con el entorno natural, pueden ser modificadas en favor de otro modelo, cuya intervención alienta la forma de vida humana tenida por dominante sin que se sepa bien de que manera esa potestad ha de ayudar al bienestar de los niños intervenidos y sustraídos de la histórica relación que los une a nuestro entorno biológico.
Este proceso podría recibir muchos nombres ahora si permitiéramos que se lo observe desde distintos enfoques, de modo que para algunos pueda ser referido como evolución, salud o estado salvaje, según sirva de una manera u otra al texto desde el cual se lo aborde, pero cuando hablamos aquí de educación y aprendizaje, debemos convenir que hablamos de lo mismo: De la conciencia de la prosecución de nuestra mismísima tarea de hominización a la que tan brillantemente alude Edgard Morín, cuando aborda a la educación del niño desde un enfoque evolutivo.
Por otro lado, el conocimiento se ha estandarizado como saber en una formulación conformada que impartir a las masas infantiles sin siquiera ser previamente ensayada en la vida de sus propios padres. Es la premura del progreso, el formal llamado al desarrollo social, la inminente presencia del ideal transhumanista que todo lo subordina y lo trastoca a su arbitraria conveniencia en aras de un apurado y competitivo desarrollo social. La expresión intelectual de la conquista y sus sofisticadas formas de subordinación al coloniaje moderno.
Una educación que sirva al niño, probablemente sería inconcebible. Es aquí dónde y cómo es el niño el deberá servir a la sociedad como un verdadero cautivo intelectual incapaz de generar cultura o adaptarse desde sus propios criterios al medio social y ambiental que lo circunda por tanto incapaz de realizarse por sí mismo como ser pensante y creativo en cualquier medio dado.
Todos aceptamos de alguna forma o al menos durante algún período de nuestras vida la intervención de una educación impuesta cuyo modelo de hombre y mundo coincidan con alguno de los paradigmas de la civilización moderna. Pero quien más o quien menos, también todos lo hemos hecho en pos de una forma de vida previsible, colmada por los múltiples beneficios que ha de ofrecer para nosotros una vida estándar en la sociedad contemporánea.
Nadie sino, se tomaría la molestia de pasar en una monótona reclusión la mitad de su vida infantil sino fuera cierto que el sacrificio que conlleva no derivara en un beneficio corroborable, de forma fehaciente, contante y sonante, ya que si así no fuera, todo el sistema educativo se vendría abajo como un castillo de naipes.
Lo que vendrá ahora
En cierta forma ahora nos debemos avocar a una etapa refundante de nuestra educación, dada la inminente premura con la que hemos de trazar una orientación nueva a los contenidos que proponer como válidos. Esa etapa deberá ser ahora, tan pronto como volvamos sobre nuestros contenidos educativos para preguntarnos: Que mundo hemos de legar a nuestros niños y que beneficios nos traerá una educación compleja, en la medida que empleemos nuestro propio conocimiento y experiencia para evaluar el modelo de ciudadanía globalizada en actual curso de expansión.
Recrear entonces el apogeo del acerbo instintivo y la plena condición ancestral e histórica de realización humana; aunque más no fuera por un instante, ha de ser la herejía desde la cual ponernos a construir ahora nuestro modelo adaptativo; toda vez que las condiciones varíen e incorporemos paulatinamente las nuevas circunstancias creadas por el mismo proceso al que todo el mundo alude como "desarrollo". Si es que deseamos ver prosperar a nuestros niños de una manera armónica con el entorno social y ambiental que por naturaleza los rodeará cuando las metrópolis pierdan su brillo y haya que relocalizar la familia en un escenario más estable y permanente que aquellos que se basen en monedas y energías no provistas por nuestra Madre Naturaleza.
Por toda lógica, ésta etapa del aprendizaje no compete a los niños sino a sus rectores, a quienes corresponde el deber de definir con que habilidades y desde que prácticas reales el proceso educativo abonará una vida futura efectivamente más grata para nuestras generaciones futuras.
Es por esta razón que acuden a nosotros otros temarios e índices, otros cosmos con sus cosmogonías, donde la aventura de ser parte del mundo viviente excita la mente e inflama de vocación a los corazones juveniles, porque es únicamente la potestad de actuar con libertad lo que ha de guiar la presencia vital del hombre en su condición de habitante natural del planeta, y por ende condición fundante de todo modelo educativo pasible de respeto. Plantas medicinales, animales de caza, modalidades de pesca y el sin número de relaciones a las que llamar nuestra cultura serían entonces los primeros puntos de un temario al que llamar educación; mucho pero mucho antes incluso que el tratamiento temático que han de ocupar la técnica y la ciencia como contenidos de clase.
Debemos llamar ahora a un éxodo masivo y apenas hemos comenzado a reconocerlo como perentorio. La vida de nuestros clanes familiares ha de renacer y nuestros territorios han de reverdecer nuevamente por fuerza, antes de que nos pese. Y ello ocurrirá sólo cuando asumamos la tarea de readaptación e integración a la naturaleza que se nos impone ahora como indispensable. Lo contrarió será ver ahondarse aún más, el deterioro de nuestras comunidades y de este bello animal que alguna vez fuimos en el sórdido interior de las grandes metrópolis.
2050, la meta que viene.
En su última cumbre oficial (Cumbre de Elamau - Alemania 2015), el Grupo de los siete países más desarrollados del planeta - G 7; acordó en declaración conjunta estimar que para el año 2050 el planeta deberá abandonar el uso de energías de origen fósil. No sólo entiende la cumbre que prestará cumplimiento a dicha menta de una forma voluntaria y humanitaria, sino que se estima que tampoco llegarán las actuales reservas de energías de este tipo para cubrir el actual nivel de consumo planetario.
Una educación real para nuestros futuros habitantes naturales
Institucionalizar el proceso adaptativo de un ave, abriendo un llamado a inscripción, disponiendo de un escenario aular y confeccionando contenidos que describan y moderen los modelos de conducta que deba aprender a imitar un buen polluelo; sería una tarea irrisoria, porque todo el mundo sabe que este tipo de animales aprende naturalmente de una forma espontánea la que habrá de ser su conducta.
El hombre moderno, sumergido en su contexto cultural y suscripto a un programa civilizatorio en supuesto buen curso de desarrollo, no debería funcionar de una manera muy diferente, por el contrario debería resultarle más sencillo que al ave reproducir una conducta evolutiva mejor adaptada al medio natural que habite.
Sin embargo, la vía de conocimiento gregario de este buen animal que somos se encuentra intervenida por un sistema de creencias que dice ser el exclusivo portador de los modos de conducta a consagrar como dignos de ser imitados. Así, numerosas formas de interacción adaptadas y sinérgicas con el entorno natural, pueden ser modificadas en favor de otro modelo, cuya intervención alienta la forma de vida humana tenida por dominante sin que se sepa bien de que manera esa potestad ha de ayudar al bienestar de los niños intervenidos y sustraídos de la histórica relación que los une a nuestro entorno biológico.
Este proceso podría recibir muchos nombres ahora si permitiéramos que se lo observe desde distintos enfoques, de modo que para algunos pueda ser referido como evolución, salud o estado salvaje, según sirva de una manera u otra al texto desde el cual se lo aborde, pero cuando hablamos aquí de educación y aprendizaje, debemos convenir que hablamos de lo mismo: De la conciencia de la prosecución de nuestra mismísima tarea de hominización a la que tan brillantemente alude Edgard Morín, cuando aborda a la educación del niño desde un enfoque evolutivo.
Por otro lado, el conocimiento se ha estandarizado como saber en una formulación conformada que impartir a las masas infantiles sin siquiera ser previamente ensayada en la vida de sus propios padres. Es la premura del progreso, el formal llamado al desarrollo social, la inminente presencia del ideal transhumanista que todo lo subordina y lo trastoca a su arbitraria conveniencia en aras de un apurado y competitivo desarrollo social. La expresión intelectual de la conquista y sus sofisticadas formas de subordinación al coloniaje moderno.
Una educación que sirva al niño, probablemente sería inconcebible. Es aquí dónde y cómo es el niño el deberá servir a la sociedad como un verdadero cautivo intelectual incapaz de generar cultura o adaptarse desde sus propios criterios al medio social y ambiental que lo circunda por tanto incapaz de realizarse por sí mismo como ser pensante y creativo en cualquier medio dado.
Todos aceptamos de alguna forma o al menos durante algún período de nuestras vida la intervención de una educación impuesta cuyo modelo de hombre y mundo coincidan con alguno de los paradigmas de la civilización moderna. Pero quien más o quien menos, también todos lo hemos hecho en pos de una forma de vida previsible, colmada por los múltiples beneficios que ha de ofrecer para nosotros una vida estándar en la sociedad contemporánea.
Nadie sino, se tomaría la molestia de pasar en una monótona reclusión la mitad de su vida infantil sino fuera cierto que el sacrificio que conlleva no derivara en un beneficio corroborable, de forma fehaciente, contante y sonante, ya que si así no fuera, todo el sistema educativo se vendría abajo como un castillo de naipes.
Lo que vendrá ahora
En cierta forma ahora nos debemos avocar a una etapa refundante de nuestra educación, dada la inminente premura con la que hemos de trazar una orientación nueva a los contenidos que proponer como válidos. Esa etapa deberá ser ahora, tan pronto como volvamos sobre nuestros contenidos educativos para preguntarnos: Que mundo hemos de legar a nuestros niños y que beneficios nos traerá una educación compleja, en la medida que empleemos nuestro propio conocimiento y experiencia para evaluar el modelo de ciudadanía globalizada en actual curso de expansión.
Recrear entonces el apogeo del acerbo instintivo y la plena condición ancestral e histórica de realización humana; aunque más no fuera por un instante, ha de ser la herejía desde la cual ponernos a construir ahora nuestro modelo adaptativo; toda vez que las condiciones varíen e incorporemos paulatinamente las nuevas circunstancias creadas por el mismo proceso al que todo el mundo alude como "desarrollo". Si es que deseamos ver prosperar a nuestros niños de una manera armónica con el entorno social y ambiental que por naturaleza los rodeará cuando las metrópolis pierdan su brillo y haya que relocalizar la familia en un escenario más estable y permanente que aquellos que se basen en monedas y energías no provistas por nuestra Madre Naturaleza.
Por toda lógica, ésta etapa del aprendizaje no compete a los niños sino a sus rectores, a quienes corresponde el deber de definir con que habilidades y desde que prácticas reales el proceso educativo abonará una vida futura efectivamente más grata para nuestras generaciones futuras.
Es por esta razón que acuden a nosotros otros temarios e índices, otros cosmos con sus cosmogonías, donde la aventura de ser parte del mundo viviente excita la mente e inflama de vocación a los corazones juveniles, porque es únicamente la potestad de actuar con libertad lo que ha de guiar la presencia vital del hombre en su condición de habitante natural del planeta, y por ende condición fundante de todo modelo educativo pasible de respeto. Plantas medicinales, animales de caza, modalidades de pesca y el sin número de relaciones a las que llamar nuestra cultura serían entonces los primeros puntos de un temario al que llamar educación; mucho pero mucho antes incluso que el tratamiento temático que han de ocupar la técnica y la ciencia como contenidos de clase.
Debemos llamar ahora a un éxodo masivo y apenas hemos comenzado a reconocerlo como perentorio. La vida de nuestros clanes familiares ha de renacer y nuestros territorios han de reverdecer nuevamente por fuerza, antes de que nos pese. Y ello ocurrirá sólo cuando asumamos la tarea de readaptación e integración a la naturaleza que se nos impone ahora como indispensable. Lo contrarió será ver ahondarse aún más, el deterioro de nuestras comunidades y de este bello animal que alguna vez fuimos en el sórdido interior de las grandes metrópolis.
2050, la meta que viene.
En su última cumbre oficial (Cumbre de Elamau - Alemania 2015), el Grupo de los siete países más desarrollados del planeta - G 7; acordó en declaración conjunta estimar que para el año 2050 el planeta deberá abandonar el uso de energías de origen fósil. No sólo entiende la cumbre que prestará cumplimiento a dicha menta de una forma voluntaria y humanitaria, sino que se estima que tampoco llegarán las actuales reservas de energías de este tipo para cubrir el actual nivel de consumo planetario.
2050, también es una fecha de referencia para el Vaticano y las Naciones Unidas a la que con frecuencia se alude en temas relacionados a los alimentos, el nivel de población humana e incluso a las existencias de bosques y pesca.
Todo ello representa la imposibilidad de extender el actual nivel de vida de los países centrales a otras regiones e incluso el seguro impacto que modificará la estructura de todas nuestras metrópolis a escala planetaria.
Un regreso inmediato hacia el tablero de la planificación se impone, todo vez que el cuadro de realidad imponga una carestía significativa e inexorable de aquel recurso nada menos que precursor del desarrollo industrial y tecnológico actual a todo lo largo del orbe.
Un nuevo modelo educativo entonces se impone como necesario, ya que partiendo mañana mismo a formar un nuevo cartabón de humano educado, tendríamos solamente 35 años para reinstalarlo en su medio social a tiempo. Resulta indispensable entonces recrear una vida sin dispositivos fundados en energías de origen fósil y hacerlo de forma eficiente para dar a luz lo que seguramente será una sociedad distinta, sino que además deberá contemplar desde un punto de partida lógico cuales habrán de ser los fundamentos reales y las tareas, más allá de las ciencias formales que deberá aprender el hombre del mañana para proveer con dignidad a una familia humana, con una jornada de faena.
Un sólo litro de petróleo equivale a unas 35 horas hombre de trabajo duro y continuo. Si tuviéramos que reemplazar definitivamente a esta fuente de energía, por algo que realmente sostenga en movimiento al mundo actual, tendríamos que descartar que vuelva a tratarse de una fuente no renovable, sólo si es que deseamos no volver a pasar por lo mismo de forma recurrente. Y desde ya no contar con la matriz energética fósil para continuar produciendo nuevas fuentes de energía. Así se descartan casi todas las fuentes de energía mal llamadas limpias o alternativas. A ninguna le falta un insumo de la era industrial, salvo que se trate de un recurso no renovable.
Así queda el futuro de nuestro nuevo hombre direccionado hacia una sola meta prudente y estable. La reinserción en la naturaleza, única fuente de genuinos satisfactores y de recursos verdaderamente renovables. Pesquerías, rodeos, cultivares, ríos y bosques serán los sagrados escenarios de nuestro nuevo mundo y no aquellos que la ciencia ficción iluminara en los salones de Holliwood. Más convendría que se avocaran entonces a un género cinematográfico al que llamar "Naturaleza Ficción", donde todos podamos ver cómo se cobijará a nuestras generaciones futuras, que seguir siendo avasallados por el falso perfeccionamiento humano con que se ilustra además toda la comunicación social social que parte del poder concentrado en nuestras grandes metrópolis.
Debemos comenzar a labrar hoy mismo los torrentes de contenidos educativos que devuelvan vitalidad y multipliquen nuevamente las poblaciones biológicas que alguna vez fundaron nuestras culturas a lo largo de la historia. Las manadas migratorias, la sanidad del agua superficial, la integridad de la diversidad faunística y hasta sus fundamentos mismos en las pasturas y bosques nativos hasta reponer con holgada generosidad su capacidad de contenernos nuevamente con vida. Nuestra comunidad biológica como seres humanos, ha de tener que postularse a sí misma como ningún animal lo ha hecho antes. Y este desafío involucra primordialmente a la educación, la que en el futuro habrá de servir de síntesis de nuestro proceso adaptativo o sencillamente, será otra expresión más de nuestra decadencia.
Todo ello representa la imposibilidad de extender el actual nivel de vida de los países centrales a otras regiones e incluso el seguro impacto que modificará la estructura de todas nuestras metrópolis a escala planetaria.
Un regreso inmediato hacia el tablero de la planificación se impone, todo vez que el cuadro de realidad imponga una carestía significativa e inexorable de aquel recurso nada menos que precursor del desarrollo industrial y tecnológico actual a todo lo largo del orbe.
Un nuevo modelo educativo entonces se impone como necesario, ya que partiendo mañana mismo a formar un nuevo cartabón de humano educado, tendríamos solamente 35 años para reinstalarlo en su medio social a tiempo. Resulta indispensable entonces recrear una vida sin dispositivos fundados en energías de origen fósil y hacerlo de forma eficiente para dar a luz lo que seguramente será una sociedad distinta, sino que además deberá contemplar desde un punto de partida lógico cuales habrán de ser los fundamentos reales y las tareas, más allá de las ciencias formales que deberá aprender el hombre del mañana para proveer con dignidad a una familia humana, con una jornada de faena.
Un sólo litro de petróleo equivale a unas 35 horas hombre de trabajo duro y continuo. Si tuviéramos que reemplazar definitivamente a esta fuente de energía, por algo que realmente sostenga en movimiento al mundo actual, tendríamos que descartar que vuelva a tratarse de una fuente no renovable, sólo si es que deseamos no volver a pasar por lo mismo de forma recurrente. Y desde ya no contar con la matriz energética fósil para continuar produciendo nuevas fuentes de energía. Así se descartan casi todas las fuentes de energía mal llamadas limpias o alternativas. A ninguna le falta un insumo de la era industrial, salvo que se trate de un recurso no renovable.
Así queda el futuro de nuestro nuevo hombre direccionado hacia una sola meta prudente y estable. La reinserción en la naturaleza, única fuente de genuinos satisfactores y de recursos verdaderamente renovables. Pesquerías, rodeos, cultivares, ríos y bosques serán los sagrados escenarios de nuestro nuevo mundo y no aquellos que la ciencia ficción iluminara en los salones de Holliwood. Más convendría que se avocaran entonces a un género cinematográfico al que llamar "Naturaleza Ficción", donde todos podamos ver cómo se cobijará a nuestras generaciones futuras, que seguir siendo avasallados por el falso perfeccionamiento humano con que se ilustra además toda la comunicación social social que parte del poder concentrado en nuestras grandes metrópolis.
Debemos comenzar a labrar hoy mismo los torrentes de contenidos educativos que devuelvan vitalidad y multipliquen nuevamente las poblaciones biológicas que alguna vez fundaron nuestras culturas a lo largo de la historia. Las manadas migratorias, la sanidad del agua superficial, la integridad de la diversidad faunística y hasta sus fundamentos mismos en las pasturas y bosques nativos hasta reponer con holgada generosidad su capacidad de contenernos nuevamente con vida. Nuestra comunidad biológica como seres humanos, ha de tener que postularse a sí misma como ningún animal lo ha hecho antes. Y este desafío involucra primordialmente a la educación, la que en el futuro habrá de servir de síntesis de nuestro proceso adaptativo o sencillamente, será otra expresión más de nuestra decadencia.
Una educación real para nuestros futuros habitantes naturales
Las 20 cosas que un niño debe saber para mantenerse con vida por sí sólo.
1. Encontrar agua segura para beber
2. Construir un refugio, esconderse y trepar
3. Hacer fuego y cocinar
4. Nadar y vadear
5. Usar un cuchillo y coser
6. Primeros auxilios y abrigo
7. Defensa personal, seguridad y animales peligrosos
8. Orientación y señalización
9. Como evaluar el clima y planificar una jornada de marcha
10. Conceptos básicos sobre cultivo y conservación de semillas
11. Domesticación y cría de animales útiles
12. Equitación
13. Náutica
14. Nudos y empleo de Herramientas mecánicas
15. Como identificar alimentos naturales
16. Cómo pescar
17. Cómo cazar
18. Como pedir ayuda, planificar una tarea y tomar decisiones en grupo
19. Bitácora personal y colección de objetos
20. Cómo cuidar e instruir a los más pequeños
Fuente: http://aprendizajenatural.net/content/la-educaci%C3%B3n-que-viene-una-lecci%C3%B3n-de-elemental-supervivencia
Fuente: http://aprendizajenatural.net/content/la-educaci%C3%B3n-que-viene-una-lecci%C3%B3n-de-elemental-supervivencia
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