Seguramente se preguntará qué quiero significar con la disyuntiva del presente título.
Para su comprensión daré una aproximación a ambos conceptos, uno real y otro producto de mi imaginación.
La pesca fluvial se ha caracterizado a lo largo del tiempo, por ser artesanal, con escaso desarrollo tecnológico, sustentable, dedicada fundamentalmente al consumo ribereño y casi nunca para la exportación; por su parte, la minería es una actividad productiva consistente en la extracción de grandes volúmenes de recursos del ambiente (suelo), siguiendo la veta o el yacimiento hasta su total agotamiento o extinción.
En nuestra región la pesca fluvial, producto de la presión comercial de unos pocos frigoríficos y la tolerancia oficial, ha devenido en una suerte de minería ictícola, que ha hecho de los peces, su veta o yacimiento, que año a año van agotando, tanto en el número, como el tamaño de sus individuos, hasta llegar a su completa extinción.
Los Estados provinciales se han mostrado impotentes para salvaguardar las distintas especies, ya sea porque no saben, no pueden o no quieren.
Permanentemente apelan para justificar su incapacidad o inacción a supuestos estudios, evaluaciones, proyectos, mesas de diálogo y demás artilugios que en ningún caso demuestran efectividad para detener lo que se ha constituido en la “crónica de una muerte anunciada”.
La merma de especies, pone en serio riesgo otras actividades productivas, generadoras de miles de puestos de trabajos y rentabilidad a las economías ribereñas, como lo son: el turismo de pesca o de naturaleza, la inversión en cabañas, hoteles y guarderías náuticas a la vera del Paraná y de todos nuestros cursos de agua.
Para colmo, las miles de toneladas que salen de nuestros ríos, producto de esta depredación, tampoco han servido para elevar la calidad y condición de vida de los pescadores, que por otra parte, deben ser subsidiados temporalmente cada vez más, con recursos de todos, los que se transformarán en permanentes una vez que la catástrofe su produzca.
Escuchar, “no sale nada o no hay pique”, es común en boca de todos aquellos que dedican por gusto, esparcimiento o comercio de subsistencia a la saludable actividad de la pesca.
Qué pasó para que en unos pocos años, nuestros cursos de agua se hayan transformado en desiertos húmedos, donde la vida es casi imposible y su riqueza ha desaparecido.
La pesca irracional e insustentable, agravada con el uso de sonar, mallas de arrastre y barcos factorías, tienen una tasa de captura y extracción que supera holgadamente a la tasa de reproducción natural y de allí, sus resultados.
Si los peces son un recurso que es patrimonio de todos, cómo pueden ser objeto de apropiación exclusiva por unos pocos, en desmedro de muchos?
Por qué las provincias aceptan linealmente los cupos exportables establecidos por la Nación, cuando la Constitución Nacional expresamente en el artículo 124, dice:“Corresponde a las provincias el dominio originario de los recursos naturales existentes en su territorio”.
Los peces son recursos naturales y por tanto son del Estado, no de su gobierno o de las empresas, sino de todos.
Como agravante, todos los proyectos e iniciativas propuestas, como: vedas, controles, aumento de las aberturas de las mallas y del tamaño de las piezas de las especies, subsidios y toda una serie de proyectos inimaginables no han dado ningún resultado satisfactorio.
Menos serias, han sido las promesas de inversiones millonarias y las ofertas de los frigoríficos de establecer criaderos de peces tendientes al repoblamiento del río, los cuales, nunca se han cumplido, ni exigidos por el Estado.
No desconozco que los intereses son tremendos y las redes de complicidades están a la medida de los mismos, de otra manera no se explica que ocurran estas cosas.
¿Qué pasará cuando el último pez se haya extinguido? ¿Cómo explicaremos a las generaciones futuras nuestra actitud omisa y nuestro silencio frente a estos hechos?
Ricardo Luis Mascheroni
Docente – Santa Fe
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