El despertar de los amerindios



La “revolución dentro de la revolución” llevada a cabo por el movimiento neozapatista fue decisiva. Abre el camino a toda una serie de cambios en América del Sur que, en las próximas décadas, podrían marcar el destino de la humanidad. Así piensan también los líderes aymaras, que llevaron a cabo la guerra del agua en abril del 2000 en Cochabamba, en Bolivia. Según Oscar Olivera, “la experiencia de Cochabamba demuestra que podemos cambiar el mundo en el que vivimos, partiendo de la base, sin fundar un partido, sin ganar las elecciones y sin tomar el poder, sino recuperando nuestra propia ‘voz’ y superando nuestro ‘miedo’...” También es la lección que nos da Chiapas:

“Después de todo, si hay algo que el zapatismo ha demostrado es que muchas cosas que parecían imposibles se vuelven posibles Con imaginación, ingeniosidad y audacia...” “De un movimiento Que pretendía utilizar a las masas, a los proletarios, a los campesinos, a los estudiantes para acceder al poder y conducirlos a la felicidad suprema, nos convertimos poco a poco en un ejército que había de servir a las comunidades. El contacto con los pueblos indígenas significa un proceso de reeducación más potente y más temible que los electrochoques que se infligen en las clínicas psiquiátricas”, contaba el subcomandante Marcos.

Desde su primera declaración de la Selva Lacandona, el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) rechaza la toma de poder por parte del ejército revolucionario. He aquí lo que marca una primera ruptura con la tradición latinoamericana, ruptura que se irá haciendo más abrupta, como lo confirman las numerosas declaraciones de los zapatistas. El 2 de febrero de 1994, por ejemplo, preguntan a Marcos por el objetivo del movimiento:.. “¿La toma de poder? No. Algo un poco mas difícil: un mundo nuevo...” Y: “construir un mundo donde quepan muchos mundos...” El Frente zapatista se considera una .fuerza política que no aspire a la toma del poder. Una fuerza política que no sea un partido político. Una fuerza política que pueda organizar las demandas y propuestas de los ciudadanos […].

Una fuerza política que no luche por la toma del poder político, sino por una democracia en la que quien mande, mande obedeciendo. (1 de enero de 1996). “En suma, se trata de construir una organización política no electoral, sino que se esfuerce en organizar la sociedad de manera que tenga la fuerza suficiente para ejercer un control sobre el poder y exigir la satisfacción de sus demandas...” Sin duda, comenta Jerome Baschet, “los zapatistas se preocupan por construir nuevas estructuras de poder político. Si esto no contradice su rechazo a la toma del poder es porque se trata para ellos de construir ese nuevo poder desde abajo, evitando caer en la trampa ya percibida por Marx tras la experiencia de la Comuna de Paris […] de la conquista del poder político...” “Puesto que con la globalización económica” el lugar del poder está hoy en día vacio.”, Marcos concluye: “No sirve de nada, por lo tanto, conquistar el poder...”

El rechazo zapatista a considerarse como una vanguardia, estrechamente relacionado con el rechazo a la toma del poder de Estado, traduce una crítica radical de la herencia leninista e incluso marxista. “Queremos participar directamente de las decisiones que nos incumben, controlar a nuestros dirigentes, sea cual sea su filiación política, y obligarlos a mandar obedeciendo. No luchamos por la toma del poder, luchamos por la democracia, la libertad y la justicia.” (30 de agosto de 1996). “Concretamente, se nos acusa de no haber sucumbido a la seducción del poder, la misma que ha conseguido que personas de izquierda muy brillantes hayan dicho y hecho cosas que avergonzarían a cualquiera…”

En este nuevo enfoque, que coincide con las preocupaciones del movimiento del decrecimiento en torno de la autonomía, la tarea de la sociedad civil en general consiste en controlar el poder y en ejercer sobre él las presiones necesarias para obtener la satisfacción de las reivindicaciones populares. Se trata pues de replantearse la organización política y construirla desde la misma sociedad. “No costara admitir que la autonomía en sí es un marco más o menos vacio, cuyo uso está por definir, y, por consecuencia, es portador tanto de amenazas como de esperanzas, según si prevalece el caciquismo y el conservadurismo sectario o el deseo de una comunidad democrática, abierta y con ganas de transformarse. La autonomía es finalmente un espacio de libertad y de reconocimiento para los pueblos indígenas, que ellos mismos decidirán utilizar para bien o para mal, en función del proyecto político y social que predomine entre ellos. La cuestión fundamental no es pues tanto la de los derechos jurídicamente definidos en una reforma constitucional relativa a la autonomía, sino más bien: respecto a qué y para qué la autonomía.” puntualiza Baschet.

“La reivindicación de la autonomía es un intento de escapar del modelo planetario impuesto por las fuerzas de la mercantilización, en nombre de una especificidad cultural e histórica...” Y finalmente concluye: “La idea de autonomía no significa otra cosa que esta lógica de automatización y de autoorganización de la sociedad, lo cual no quiere decir que ella misma tome el poder del Estado ni que este desaparezca completamente […] significa, por un lado, mantener un aparato de Estado que la sociedad controle desde el exterior obligándolo a obedecer; y por otro, la autoorganización de la sociedad que reconstruye por ella misma y desde abajo nuevas formas de poder...”

El proyecto de autoorganización de pueblos autónomos ya era una reivindicación de Emiliano Zapata, y el movimiento neozapatista puede unirse legítimamente al gran ancestro asesinado y a su traicionada revolución. En febrero de 1996, durante la reunión del Fórum indígena, fueron enunciadas una serie de reglas del buen gobierno: “servir y no servirse”, “representar y no suplantar”, “construir y no destruir”, “obedecer y no mandar [mandar obedeciendo]”, “proponer y no imponer”, “convencer y no vencer...” El lema mandar obedeciendo, que no deja de recordar la concepción aristotélica de la democracia, articula en su mismo seno, según la formulación de Jerome Baschet, “la verticalidad del mando y la horizontalidad del consenso...”.

Extraído del libro de Serge Latouche:
Salir de la sociedad de consumo.
Editorial Octaedro. 2012.
http://www.decrecimiento.info

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