Nuestro desarrollo, entre la riqueza natural y la moneda ajena.



La civilización actual posee soluciones a todas las dificultades individuales posibles de saldar con dinero. Sólo que el sostenimiento de la desigualdad estructural inherente a esta manera de vida, invalida su propia aplicación allí donde solucionar problemas es más urgente o necesario.

Por primera vez, desde el nacimiento de la era industrial, el umbral de crecimiento colectivo está comprometido al hallazgo de recursos naturales y no al respaldo de una sociedad científico – tecnológica. Ni siquiera existe una explicación loable que atienda a resolver la creciente desigualdad entre grupos nacionales, siempre inexorablemente condicionados por su entorno geográfico y su proximidad con los grandes mercados de consumo de masas, más que por cualquier otra condición observable. Repentinamente es entonces el consumo mismo el recurso y la oportunidad más apetecible y este umbral de conflicto marca el comienzo de una decadencia económica global de impredecibles proporciones. La desigualdad y la concentración económica pasan a ser entonces elementos que conspiran contra aquello a lo que todos llamábamos “nuestro desarrollo”. Meta supuestamente irestricta tanto en niveles de consumo masivo, como en proporciones de extensión de la masa humana.

Para muchas concepciones actuales propiciatorias del hiper desarrollo, los procesos de la naturaleza no inducidos, controlados o previstos por el hombre, son caóticos. En cambio, para todas las culturas humanas milenarias, son armónicos y dignos de reverencial respeto filosófico.

Esta falsa economía monetaria es la que cotidianamente cubren los medios de comunicación de masas. Miden la prosperidad en moneda electrónica como si fuera riqueza, mientras asignan caudales de sus supuestas inversiones a la destrucción más acelerada de la naturaleza que nos sustenta. El tan mentado Producto Bruto Interno (PBI), se nutre cotidianamente de lo que nos sacan, y deliberadamente ignora el decrecimiento del rubro atacado. Así es como olvida dar de baja del inventario real los recursos económicos irreparablemente perdidos como riqueza.

La verdadera desigualdad que afecta a las poblaciones humanas radica aquí en este rubro precisamente donde la economía real es la que conduce el estándar de vida típico de cada sociedad humana. Rubros como “agua virtual” y “huella ecológica” por ejemplo, denotan que para algunos la suerte es muy diferente, y que a igual punto de la escala salarial corresponden muy diferentes niveles de consumo según la plaza laboral de la que se trate. Así el nivel de vida del salario promedio local, estará fatalmente recortado por la geografía o el tipo de cambio, más que por las cualidades del operario que ejecute la verdadera faena. Y así con la educación, la salud, la clase pasiva, etc. La globalización no ha sido entonces un factor de beneficio para las clases populares, sino que por el contrario ha tenido el efecto de desprotegernos más aún de las pretensiones que esgrime el capital trasnacional concentrado como metas estratégicas.

La civilización moderna más parece un dispositivo para atrapar la vida en todas sus formas, que una manera inteligente de potenciarla. Todo ambiente natural puede regenerarse por sí mismo, sólo que esta vez se requiere que la humanidad toda tome conciencia de ello.

Con el creciente auge de la crisis financiera mundial, numerosos grupos han tornado a reconocerse entre sí como constructores de alternativas viables de ser consideradas como modelos colectivos de vida. Ya no sólo son aislados académicos los que enarbolan posturas críticas o relatos descriptivos de la actual decadencia sistémica, sino que son por el contrario, los nuevos movimientos sociales aquellos que por sí mismos expresan las posiciones opositoras sin intermediarios ni comedidos traductores. El auge de las redes sociales y de la comunicación alternativa contribuyen a la construcción de un pensamiento colectivo y expresan también opciones alternativas a cada caso del que se trate. Pero es sin duda la insoslayable voluntad de los sectores desfavorecidos por salir adelante la que sostendrá esta tensión como fortaleza política en movimiento. En el corte, la marcha, y el panfleto un nuevo sujeto revolucionario se abre paso hacia su destino, expresa el camino y nos invita a soñar con un mundo más armónico con los fenómenos naturales que nos sustentan.

Así campesinos, pueblos originarios, ecologistas y ciudadanos directamente afectados por una acción inconsulta lesiva a sus intereses comienzan a accionar colectivamente camino de la reparación del daño infringido a sus territorios. Falsas propuestas de prosperidad que no representan otra cosa que no fuera el éxodo, la marginalidad, el confinamiento urbano y la reducción a la pobreza para las poblaciones remanentes, retroceden ahora frente a este nuevo grado de conciencia pública.

Y lo peor es que el economista honesto lo sabe, el científico que aún pueda esgrimir una opinión independiente, también lo reconoce. El umbral de crecimiento está fatalmente condicionado a decrecer por la escasez de energía barata y accesible, mientras una creciente población mundial confirma la imposibilidad de toda abundancia distributiva posible. Y este declive mundial alentará un cambio de conducta como consecuencia directa de la premura con que los afectados deseen verse dentro de los niveles de supervivencia más elementales.

El placer es el gesto de adaptación más elocuente que posee la mente humana para expresar su adecuación al medio que la circunda. No hay placer que no connote la presencia de un instinto primario satisfecho. Con esa clase de gestos la naturaleza orienta nuestro destino también como poblaciones biológicas humanas.

Es así como la naturaleza ha comenzado a cobrar otro valor significante entre nuestros movimientos sociales. La verdadera maestra, nuestra Madre Tierra arbitra ahora la viabilidad de una tendencia con mayor equilibrio que ningún juez y señala la vitalidad de una economía como el más experto ministro del que se disponga. Y la respuesta es sencilla: Obran en su poder factores que proveerán satisfacción real a toda demanda social insatisfecha desde sus inventarios reales de agua, semillas, suelo, etc, etc. Los bienes comunes de los que ahora todo el mundo habla.

La tendencia apropiativa habida en nuestros territorios desde el comienzo de la conquista, revierte aquí su monopólico sentido. El criterio de valor, el modelo válido de actor cultural y sobre todo la inapropiable condición de los bienes naturales; cobran ahora una renovada relevancia. Son nuestras genuinas fortalezas sudamericanas, nuestra biodiversidad, la masa viviente de nuestros ríos y selvas y los millones de secretos que ellas encierran las verdaderas riquezas económicas que nos asegurarán la prosperidad del mañana. Mientras un “dominus” colonial agoniza y se retuerce, los pueblos y sus culturas aguardan ahora por su momento de mayor gloria.

Arturo Avellaneda

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