La naturaleza es nuestra única fuente de riqueza



No toda la cordillera de los andes es desértica o necesita ser irrigada artificialmente para ofrecernos sus generosos frutos naturales. Desde los bosques montanos en la alta cuenca del Bermejo, hasta las extremas franjas de bosque andino en la Isla Grande de la Tierra del Fuego, la variedad de recursos naturales comprendidos es un sinónimo de prosperidad popular y en muchos cosos además, un legítimo ejemplo de aprovechamiento sustentable.
Puntualmente, la provincia de Chubut, posee una clara experiencia en los trastornos heredados de la deforestación y la explotación aurífera practicada en sus laderas cordilleranas. El envenenamiento de los ríos a consecuencia del mercurio y el arsénico empleados en la actividad minera, tanto como la desertificación subsecuente al retiro de los bosques nativos, pone a todas las poblaciones comprendidas en la zona, en alerta sobre un modo de desarrollo hostil del que luego no habrá retorno posible.
Sencillamente el magnífico panorama que la naturaleza ofrece en esta región es sólo equiparable al escenario característico de los libros de cuentos. Una variada rotación estacional contiene un amplio espectro de actividad rústica compuesta mayoritariamente por capturas y recolecciones aprovechadas por el poblador local y que conforman además, parte de una digna economía familiar en muchas de nuestras jóvenes poblaciones de montaña.
El ciclo anual empuja por los arroyos el esperado riego del deshielo recibido por una estridente floración de primavera. El color corre desde los mallines a los cañadones y llega hasta la estepa poco después de comenzada la época de pesca. Se suceden los turistas, que juegan a imitar en sus anzuelos las infinitas formas de los insectos, hasta que otra vez quedan en las laderas millones de hectáreas de frutas silvestres como el casís, el saúco, el calafate y la rosa mosqueta, saturando así la agenda del recolector espontáneo y suplementando la dieta de una avifauna en plena época de nidificación y puesta. Todos pizcan en tanto compiten las familias por quien logra el mejor dulce para sus pichones. Algunas huertas cultivan también frambuesas, cerezas, arándanos y uvas inglesas; a la vez que cobijan la esperanza de alcanzar, como lo hacen los vecinos chilenos, los mercados "vía aérea" con las frutas empacadas y frescas del día.
El agua no se detiene, llena las represas, nutre las ciudades, riega las chacras y baja hacia el Atlántico perfumada de manzanas, duraznos y peras de todos sus fértiles valles. Entretanto en la montaña, el calor se va, y las truchas se guardan sin foto, ahumadas en frascos de aceite. Pero aún la humedad remanente en el bosque guarda nuevos y tardíos frutos para la canasta. Michay, es pan del indio, hongos también del pino y del preciado ciprés, avisan que va siendo tiempo ya de mandar los niños al colegio. Se secan los hongos y se venden caros, se compran balas y se regula la mira antes que los ciervos colorados bajen a la brama puntualmente con la tercera luna del año. Los ríos se acallan y los jabalíes se revuelcan borrachos de fruta en osamentas ya abandonadas por los jotes, mientras una multicolor gama de sepias recorre los faldeos y las bardas. Para cuando la nieve regresa hay milanesas frisadas y embutidos guardados para toda la temporada. Si el año es generoso con la nieve, hay turistas entre junio y septiembre, y de esta forma el ciclo se cierra provechosamente para todos. Si no, se estiran los usos y se acortan los gastos como en todas partes. Si no hay trabajo, los muchachos "reflectorean" por zorros y liebres en las noches, o los bilingües se conchavan en la hotelería como guías, o instructores de algún deporte propio de la montaña.
Una cultura mestiza, que no es ni suiza, ni araucana, ni galesa, ni porteña, sino nuestra, ha recreado un calendario de vida como si fuera una nueva cultura originaria. Ahora son ellos los nativos. Son modernos, tienen intendencia, hospitales, escuelas, bancos y empresas comerciales. Producen gas, petróleo, carbón, así como un enorme excedente en generación hidroeléctrica y tienen la mejor agua dulce del planeta. Se han dado en asamblea el propósito de mantener limpia su tierra. En consonancia con sus ciclos naturales van a encontrar un tiempo y un lugar para defenderla. Son pocos pero valiosos, aman sus bosques, sus ríos, y no les gustan los políticos de la ciudad. Son los nuevos criollos de montaña. ¡Atenti!; que donde tiran, pegan y ahora encima, están en pie de guerra.

Por Arturo Avellaneda Fragmento del Informe ANA 2008

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