La batalla por el destino común ha comenzado
La naturaleza social de la especie, ha sido desde el comienzo de la historia, un factor determinante en la conformación de una cultura. Tanto el lenguaje, la escritura y la autoridad tribal como actividades culturales, reconocen su origen en hábitos adaptativos humanos construidos por decenas de miles de años de interacción silvestre.
Esta actual reconversión o sublimación de los instintos que la civilización impone, no es infinita, ni su continuidad implica directamente progreso alguno. Cuando la estructura basal de satisfacción es abandonada comienza a distorsionarse el propósito biológico, momento que siempre delatan las patologías mentales. Construcciones adaptativas primero reconvertidas en deseos y quizás mañana, cercados por la escasez, sólo sean privilegios. Un terreno fértil para la alienación representan cada vez más nuestros centros urbanos, donde todo tiene un precio impuesto por otro. Y simplemente, la construcción de otro, nunca es idéntica al legítimo y particular deseo, sino más bien gesto de opresión.
Hiperdesarrollo, no es desarrollo. Post modernidad no es un avance tampoco en la inconsulta tarea de ser modernos. Sencillamente sucede que quienes han podido acceder a una condición privilegiada, conspiran continuamente por su sostenimiento y ya esta concentración abruma el entendimiento de todos los modelos políticos y sociales de construcción colectiva.
Humildad frente a la majestuosa naturaleza humana es lo que falta. Inmoral es desalentar la resistencia a la hambruna, a la pandemia, a la desigualdad en la guerra.
El desarrollo científico, fue un aporte incesante de optimismo. Sin embargo, nadie puede disimular lo trágico que resultará el futuro de la humanidad luego de haber depositado todo el proceso de acumulación de saber, en manos de estos organismos multinacionales de la exclusión y el genocidio planificado que imponen sus privilegios por sobre pueblos y gobiernos periféricos al primer mundo.
Un atroz siglo XXI nos aguarda, aún más cruel que el XX, si no elaboramos nosotros mismos un "saber ser", tan aborigen como el "estar siendo" que acuñó Rodolfo Kusch al aludir a los indios del altiplano. Una modalidad propia e irrepetible de vida con un camino tan aleatorio, basto y flexible como el de cualquier especie silvestre. La prosecución del proceso de hominización es un fenómeno biológico independiente de lo que creamos, pensemos o hagamos como individuos. Una futura construcción coherente con la condición racional de esta nueva especie de ser dotado de conocimiento ha de aportar entonces una nueva forma de pensarse a si mismo, desconocida para el resto de la naturaleza.
El saber sobre una temática social es resultado de una experiencia colectiva. No tiene por que ser científico o religioso o emanado de institución convalidante alguna. El saber es conocimiento y en una magnitud social, la experiencia colectiva genera un verdadero saber plural, que simplemente no puede ser científico por el carácter múltiple de su observador, que es tan múltiple como el observado. Pero es saber, saber complejo. El juego limpio en este campo, tiene nombres familiares: Asamblea, confederación, plenario. En todos los niveles biológicos hay armonía en el campo de la pluralidad. Abejas, cardúmenes, hormigueros, etc. El "saber ser" de los instintos primarios, que tantas veces ha inspirado en el hombre la existencia de una inteligencia superior en algún otro lado. Pero cual será esa condición superior para el hombre que trata de sobrevivir dentro de un Estado moderno. Hasta ahora nuestro mejor intento ha debido ser entonces la democracia, pero que ha hecho hasta ahora el Estado Nacional por nosotros como realidad colectiva.
La moneda que inicialmente era respaldada por un patrón metálico, luego por la existencia de reservas y más tarde por una base abstracta, pasó a ser una herramienta de dominación. Los organismos multilaterales de crédito, sirvieron para controlar que los países emergentes no respalden sus economías de forma independiente. Los recursos naturales de los países emergentes entonces pasan a ser embarcados a un sistema conceptual, a cambio de monedas que poseen un respaldo militar y no económico, dejando cerrado el circuito de subdesarrollo y opresión en el tercer mundo.
Embarcados entonces todos los países del orbe, en un modelo diferencial de Estado o emergente o dirigente, los prototipos individuales de felicidad pasan inmediatamente a ser retocados. Una verdadera guerra de baja intensidad invade todo medio cultural de comunicación de masas. Cine, radio, industria gráfica y sobre todo la televisión; imponen sustitutos a todos los modelos de identificación posibles, pero su irrealizable apariencia, en lugar de cultivar una felicidad más intensa, paradójicamente distribuyen frustración y desadaptación en lugares y entre gentes que no conocen y que por lo tanto tampoco pueden expresarse en ellos dignamente. La nocturnidad, la subcultura de las drogas, la puja por el "status", la desconfianza de todo valor colectivo, el desarraigo y hasta la violencia racial son efectos secundarios de un modo de vida falso y mal intencionado, aún en el propio terreno donde es gestado. Todo un esfuerzo por sostener preeminencias culturales, valores de marca y capacidades de ser formador de opinión incluso en terreno ajeno, son algunas de las verdaderas intenciones de este modelo tan bélico y mortal como el mismísimo bombardeo.
Así alentados, los fervientes adherentes de las generaciones más jóvenes acuden como los lemings al fiordo y colman un abismo que ya está lleno de reyes de la noche, especialistas en drogas, universitarios sin escenario y de futuros directivos de empresas liquidadas. Una larga generación de posicionados ganadores y aspirantes a burócratas, que nunca habrán de trazar una estrategia colectiva para su propio tiempo y lugar situados desde el lugar que ocupan los pueblos. Inventores de necesidades, dictadores y marionetas políticas, financistas y especuladores, nos han ocupado la parada con toda clase de fútiles motivaciones.
Entonces cuál será el "saber ser" del que hablábamos hace un momento. Cual la magnitud natural de compañía del prójimo que determinó nuestro proceso gregario. El calpulli azteca, el ayllu incaico, o el antiguo hatta aymará. En el juego de los arquetipos familiares hay también diluidas otras intensidades para ingresar en el inconsciente humano. Cuál sería entonces la dimensión de lo social en este inconsciente colectivo en que intentamos explorarnos ahora. Algunas tradiciones apelan a la deidad para enarbolar una responsabilidad superior en el quehacer cotidiano. La gens romana, el clan iroqués, la horda indo europea. Cuantos espacios hay en la capacidad de memoria de la mente humana antes de alcanzar un punto de saturación. Y cuando este cupo desborda, que antagonismos se generan. Cuántos habitantes por metro cuadrado tolera un escenario natural intacto. Acaso proteger el entorno natural no ha sido siempre una función espontánea inscripta desde antaño en nuestra conducta más primitiva. Nuestro instinto de conservación no señala como un perro acaso, al que toma los alimentos que reservamos para los nuestros.
No es un misterio para los arqueólogos actuales que el tamaño de las garras describe el volumen de las presas, y que además la fortaleza de los brazos cuentan del peso necesario de la ingesta colectiva. En estas leyes votadas por unanimidad entre primates arcaicos, nunca yerra la naturaleza porque sencillamente no existía el equívoco de la lengua. Por tanto que podamos colegir en las ciencias sociales que bajo determinadas condiciones geográficas una densidad poblacional humana vive en paz y bajo otro imperio circunstancial probablemente no lo haga ni aunque quiera. Hay entonces una magnitud. Hay una magnitud ambiental cuantificable geográfica y socialmente para sostener el marco donde la felicidad personal y la convivencia armónica son posibles. Un marco que bien describen las pertenencias históricas de cada tiempo y lugar guardadas en la memoria colectiva de los pueblos originarios. Y esta magnitud tiene como en la literatura griega leyes que no podamos transgredir sin pagar las consecuencias. Es entonces este "saber ser" colectivamente acuñado un habito adaptativo que pronto se entrelazará con nuestra propia experiencia social. Imaginar una vida más plena de felicidad, no ha de ser una cosa tan difícil. Y finalmente confiar en que el orden del desarrollo, no sólo es ajeno a nuestra voluntad sino que hasta podría prescindir en el futuro de nuestra presencia biológica si no nos adaptamos al soberano designio de sus cambios materiales.
Enfrentar así el verdadero desempeño colectivo cambiará no sólo la perspectiva, sino que también el resultado de un nuevo modelo de construcción social iluminado por el consenso colectivo. La cultura de la felicidad, accesible de forma irrestricta, respaldada por la fertilidad y la riqueza "terrenal" a la que todos tenemos espontáneamente derecho.
Un verdadero desarrollo nos aguarda entonces aquí en este costado austral de América, donde aún la tierra, el aire y el agua lo permiten. Un proceso de retorno hacia las legítimas fuentes de felicidad, compuestas por valores morales, tecnología y recursos naturales, darán nuevamente a luz una cultura más sana.
Sucesivamente se alejan, del estrecho sendero de la civilización, religiosos sin liturgia, científicos sin laboratorio, entre otros muchos marginales que no habrán de ser reincorporados jamás por la civilización moderna y su mercado de masa humana.
Un ejemplar vuelco a las organizaciones intermedias, comenzó a indicar ya en plenos años '80 que el sistema neo monetarista no planeaba una manera de inclusión para todos. Para el principio del nuevo milenio la tela comenzó a ajarse por los cuatro costados y hoy verdaderamente podemos admitir que crece un suave movimiento hacia una forma política más incluyente, en razón de su menor tamaño. En cuestiones referidas a la escala social, la calidad está regida por el bajo número de sus miembros. Este principio, en tanto sea trasladable al Estado, señalará a la comuna como el terreno más adecuado para elaborar el próximo modelo de cambio.
Desde los municipios sobre todo, se trasparentan exitosas políticas colectivas. Desarrollos tan populares como los clubes de fútbol, o las cooperativas engendradas entre vecinos y con el aporte solidario de todos, se imponen al ingreso de monopolios trasnacionales sin antagonizar con ellos de una forma desleal o destructiva, simplemente por imperio de la verdad crecen las organizaciones más perfectas. Los nuevos torrentes de opinión que parten de medios populares entre los que podemos referir a las radios, blogs, y a los canales de televisión locales, demuestran cuanto más loable es lo que está cerca de uno mismo en valores e intereses, que lo que se impone como temática cultural y periodística desde las grandes metrópolis. Empresas recuperadas por la calificación de los créditos que conservan los trabajadores, alejan de rubros enteros la posibilidad de obtener márgenes leoninos por parte de los inversores migrantes. El hondo desprestigio en el que han caído los bancos y en general todo el mundo de las finanzas, no merece mayores detalles. Progresivamente la experiencia colectiva confirmará un inteligente trayecto hacia un nuevo paradigma colectivo congruente con nuestras luchas sociales más legítimas. Huertas orgánicas, emprendimientos para el autoconsumo local, el desarrollo sustentable de las especies nativas, el resguardo del artesano y la plena ocupación laboral de los más jóvenes, serán los temas trascendentes en un futuro cercano.
Un nuevo localismo de absorción lenta, que carece de rivales, ha tomado la arena política en nuestra región. Con paciencia de indio, ha cobrado raíz antes que follaje en un ambiente donde todos sus rivales, bien saben emplear la guadaña. Profundamente concientes de que la verdadera felicidad no se alquila, ni se copia de nadie, parece este nuevo movimiento sudamericano, ir acaparando victorias locales sin ominosos festejos, ni excesivos planes de reforma. "Estar siendo", parece la consigna kuschiana*, un lema para permanecer con humildad en el trayecto evolutivo de nuestra raza mestiza. Una evolución quinientos años postergada, comienza a trazar su rumbo por si sola. Con todos los ingredientes localistas imaginables, regresa el colorido a ganar las calles, corre por los caminos y entra en todos los valles. Una nueva democracia comienza a crecer en nuestra tierra sudamericana.
Tanto la conquista colonial y sus secuelas en nuestras culturas originarias, como todas las formas posteriores de sojuzgamiento e intromisión que han pesado sobre nuestras culturas criollas, no han alcanzado para impedir que la voluntad de nuestros pueblos se exprese. Todo esfuerzo por negar la vigencia de nuestro natural movimiento de emancipación no ha hecho más que confirmar su creciente desarrollo. A pesar de todas las acciones ejercidas a lo largo de estos quinientos años de historia, nuestros adversarios, no han podido más que proveernos de la experiencia suficiente como para tener hoy lo que tenemos, un movimiento regional de coincidente trayectoria en todos los países de la América Latina.
Un transparente futuro espera a toda nuestra región. Desde el primario encuentro del hombre americano con la tierra, se fecunda el aprendizaje de una nueva historia mestiza. Ninguna característica particular de nuestra tradición reniega de la posibilidad de integrarse a una conciencia más vasta. Por el contrario, todo saber está llamado por su propia condición a tomar parte de un destino universal en la experiencia humana. Un destino orientado al reencuentro con nuestras propias metas sociales nos convoca a la vez hacia una evolución distinta a la global. Metas sin tutores nos aguardan ahora sin mayores urgencias que las que nuestros propios tiempos nos impongan.
A partir del descubrimiento de América, las pujas por la hegemonía mundial se trasladaron del Mar Mediterráneo al Océano Atlántico. Constante ha sido el peso de las grandes flotas coloniales en nuestras aguas americanas. Hoy persisten en prácticas arancelarias, bloqueos y todo tipo de barreras comerciales son las secuelas de esa constante canallada. El bloqueo de Cuba, la incomunicación de Bolivia, y el aislamiento del Paraguay, han sido también metas de una economía de la exclusión que como en el México actual, emplea el vocablo "libre comercio" para aludir a la barrera con la que se niegan los derechos más elementales de tránsito a sus ciudadanos y mientras se imponen inequitativas condiciones arancelarias a sus campesinos.
Pero la naturaleza inexorablemente favorece al que mejor se adapta a la tierra y a sus circunstancias y las ventajas que nos concede el inminente tiempo de crisis que se avecina son realmente ventajosas oportunidades para nosotros. Una forzosa globalización de las dificultades nos ha venido contaminando con problemáticas totalmente ajenas a nuestro medio. El final del los hidrocarburos baratos y de todo parámetro monetario, la sobre valoración del agua dulce y la escasez de escenarios naturales donde ver prosperar la vida silvestre; son calamidades generadas por la misma incapacidad que exhiben aquí los supuestos intérpretes de nuestro subdesarrollo colectivo.
El agua potable, la capa fértil, la generosidad del clima, la enorme disposición de combustibles fósiles y la generosa capacidad de trabajo de nuestros pueblos, nos auguran un destino próspero. Sin embargo, un velado racismo contenido en muchas tendencias intelectuales que han anclado por este costado del mundo, han postergado la integración armónica de nuestras muy diversas regiones en una forma común de desarrollo. Nada impedirá que en el futuro intercambiemos abiertamente ideas y criterios aplicables a nuestras artes y conocimientos con todo el mundo. Como tampoco nada ni nadie impedirá que nos reencontremos de una forma natural e independiente con nuestro propio destino histórico. El de pertenecer todos a una misma tierra a la que llamar patria.
Nos encontramos frente a un cambio tan profundo, que no puede ser aún mensurado desde la perspectiva individual y cotidiana del ciudadano promedio. Un trayecto irrestricto nos convoca hacia un futuro colectivo cuyo inmejorable augurio anticipa el nacimiento de una nueva y promisoria etapa. Sin ni siquiera tener que debatir nada que ya no se haya rebatido solo. La convicción plena nos abruma a todos quienes percibimos que se aproxima un verdadero cambio de paradigma. Si jamás volviéramos a recibir inversores, si dejáramos de inmediato de importar manufacturas, si abandonáramos por completo el respeto a toda moneda extranjera y a sus financistas; seríamos la región más rica de la tierra y nuestra gente viviría aún mejor que en los países más ricos de todo el orbe. Regresar más que progresar, desacelerar mejor que dilapidar, preservar más que industrializar. Tocar la puerta casa por casa para poner y no para sacar. Preguntar sin imponer. Habitar sin destruir.
Retemplar la memoria ancestral, la pertenencia de un pueblo, amar a la tierra como patria, o como se quiera llamar a la vocación gregaria de una persona hacia su gente y su suelo. La nacionalidad no es atributo exclusivo del estado moderno, es parte de una sagrada tradición fundada nada menos que en nuestra propia constitución psicológica. Como seres humanos no solo poseemos una naturaleza sólo individual, sino que como bien manifiesta nuestra condición de especie gregaria, la unidad biológica es nada menos que un clan. Una característica que no es resultado de una suscripción ideológica o moda alguna, sino que se trata de una condición que compartimos con casi todos los mamíferos superiores del planeta.
En cierta forma, toda presencia biológica deja un rastro de reconocimiento e identificación en el transcurso natural de la vida de los otros miembros de su propio sistema biológico. No sólo aportan arquetipos los familiares. También arman su palabra en nuestro abecedario muchas otras formas de vida con las que venimos interactuando desde hace millones de años. Los órganos de la deglución en las aves, indicaron tempranamente a Charles Darwin, de que se trataba la vida en esta tierra, cuando descubrió claramente que se modificaban hasta las formas de los picos, con tal de alcanzar el néctar de las flores.
No le ha faltado a nuestra raza americana más mérito que a ninguna otra sobre la faz de la tierra para vivir y procrear en armonía con la naturaleza. Ni más apertura para escuchar e interpretar que el saber universal es patrimonio de todos los hombres del mundo, como para que no se entienda lo que hasta ahora han descrito estas páginas. Una forma biológica definitiva no ha de tener jamás ninguna especie del reino animal. El ser humano como parte interactiva del medioambiente será quien vele por la continuidad de la biodiversidad de cada región incorporada, como forma también de preservarse a si mismo y a su peculiar manera de integrarse en la cultura universal. Nuestra "cultura ambiental" sudamericana se presentará como una conclusión diferente a la civilización hasta ahora conocida, no solamente como expresión soberana de nuestra particular forma de vida, sino que también, invitando al mundo a integrarse, de la misma forma en que nosotros lo hemos hecho, en el nacimiento de esta nueva cultura, donde la prioridad no es ya ni el individuo, ni el género humano, sino la vida en todas las formas en las que se presente una y diversa a todo lo largo de nuestro amado planeta.
Arturo Avellaneda
Fragmento del Libro HABITATUM
Comentarios