El final del recurso energético dominante y su cascada de efectos sobre nuestro actual modelo de crecimiento económico. Reflexiones sueltas ante el umbral de su escasez y la creciente convicción de que pensar en otro modelo de desarrollo es urgente.
Es numerosa la literatura que se puede encontrar en Internet sobre este delicado tema relacionado con el más preciado de los recursos naturales no renovables. (“Peak oil”, “El fin del petróleo barato”, “Ni nuclear ni otras”, etc.). Sería ocioso enumerar su relevancia en la agenda política y económica, cuando sus derivaciones impactarán tanto en rubros vinculados a la energía, como a las materias primas y a muchos otros más, aun de imprevisibles consecuencias para nuestra vida cotidiana.
Nadie ignora que su uso alcanza a todos los hogares del mundo. El trasporte, la generación de energía, la producción de alimentos y hasta el bombeo de agua, lo tienen casi siempre involucrado como insumo. La industria petroquímica a su vez produce otros derivados que no son combustibles, como los agroquímicos, plásticos, adhesivos, fibras textiles, pigmentos y solventes. Sin los que sería difícil imaginar la industria actual, a lo largo de todo el orbe.
Es fácil imaginar entonces todos los costos en los que está incorporado su cálculo de aprovechamiento directo, indirecto o remoto; como para que ninguno de nosotros pueda pensar que no lo podría llegar a afectar mañana, una merma en la disponibilidad de este enorme recurso económico. Lo difícil más bien, será imaginar cómo deshacernos de él, en la medida que su costo continúe trepando por fuera de la ecuación económica con la que debemos proyectar un futuro digno para nuestras vidas ciudadanas a escala colectiva.
En un sentido periférico a su empleo, la desaparición de sus stocks, sobrecargaría el empleo de otras fuentes tampoco renovables de energía, como el gas natural o el carbón mineral, arrastrándolos a su vez a un nuevo efecto cenit, idéntico al que hoy lo envuelve como recurso. De modo que la instalación del tema en forma pública, debe comenzar a considerarse como inexorable, dado que sin duda desencadenará un insalvable efecto cascada sobre todas nuestras economías nacionales en el corto plazo.
Por otra parte, la creciente demanda mundial sobre otras fuentes de energía, como la hidroeléctrica, nuclear, u otras de aún menor relevancia; inhiben de considerar factible el empleo masivo de estos recursos energéticos, justamente en la preparación de otros combustibles sintetizados por la intervención de otras energías. Los millones de años que le tomó al planeta generar sus hidrocarburos de forma natural, no pueden ser reemplazados de forma sostenible por método alguno de corto plazo.
Muchos son los “alternativistas” que creen poder encontrar la solución al problema a partir del empleo como combustible de la biomasa. Pero, tomar a la masa biológica y transformarla en humo, nos sumiría a todos en un horizonte de extinción masiva mucho más acelerado que aquel en que ahora nos encontramos, justamente por abuso en el empleo irracional de esta clase de energías emparentadas con la quema de carbono.
Nada modificará la necesidad de un profundo cambio en la percepción de lo que es en realidad el desarrollo que buscamos. Dejar de quemar hidrocarburos y comenzar a consumir en su lugar hidratos de carbono, solamente agregará otro cenit más a la cascada. Uno aún más peligroso que éste que ahora nos presenta el de los combustibles fósiles, dado que de la falta de combustibles, sin duda nos podríamos recuperar pronto, mientras que de la desaparición de la capa fértil, nada podrá mantenernos a salvo junto al resto de todas las demás especies biológicas.
Han entrado ya en el circuito económico de la producción de energía, varias de nuestras zonas geográficas sudamericanas. Muchas ya no sustentan ni bosques, ni chacras, ni cultivares, ni dan de pastar a hacienda alguna. Sólo sirven para ser tragadas como combustibles derivados de la biomasa. En su afán por canjear una falsa esperanza de alivio, las potencias centrales distribuyen promesas y agresiones en nuestra región promoviendo entre nuestras pacíficas naciones divisiones que nunca pedimos. A cambio de este favor, el mundo entero enfrenta un encarecimiento de los alimentos, una más acelerada devastación de los espacios naturales y una ineludible batalla por las reservas petroleras restantes. Todos efectos, que de una u otra forma están relacionados al fin de la era del petróleo barato; y que ahora demandan de nosotros un cambio en el curso de acción que llevamos con relación a nuestro criterio de desarrollo.
Por Arturo Avellaneda
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